lunes, 24 de agosto de 2009

un cigarrillo y un café

Un cigarrillo y un café
Son buenos para el atardecer
Son buenos para poner pausa a la muerte
Y escribir…

Me lo dijo una vieja profecía
Y ahora me lo digo yo.
Punto seguido.
Son buenos para amar.

martes, 11 de agosto de 2009

fiebre de un sabado azul

En el reloj de Gustavo marcaban las 8, y su celular no dejaba de sonar. No sabía si contestar o pasar una noche pintando el mar. Sus pensamientos estaban revueltos por el poco alcohol que había bebido y por sobre todo, porque quería pintar.
En un salto de furia contesto el celular, era Rodrigo, y le hablaba de una reunión que era sin duda alguna una razón para morir.
-Eres mi mejor amigo pues Tabo. No seas falla porque sino te gomeo.
-Ja, sabes que no es cierto, ni si quiera te conozco.
-Sabes que sí, pendejo. No me contradigas ja, ja.
Tras una no tan larga conversación Rodrigo convenció a Gustavo y se encontrarían en una hora media. Era una de las pocas y extrañas reuniones en el que el Arte sería un punto de conversación, sobre todo porque la organizaba Pablo, el rey de las filosofías, el pensador de la razón.
Gustavo llegó al punto de encuentro, al parecer temprano. Encendió un cigarrillo, mientras miraba el cielo. Las estrellas golpeaban al cielo con el resplandor, las nubes en su ausencia dejaban desnuda el resto del firmamento. Los cuerpos móviles coloreaban las calles de un color oscuro y tétrico. Las luces, los faroles dibujaban con la penumbra las deformaciones humanas con las que tenía que luchar la sombra, al caminar por el cerco de la pista.
Cuando Gustavo se acercó a una tiendesita en donde las señoras parecen estar siempre dormidas, para comprar otro cigarrillo que pudiera calmar el frío que estrangulaba sus piernas. No pudo siquiera haber imaginado que al lado suyo se encontraría a Carla, hermana del gordo Juan, un amigo de la aquella tan distante universidad que ahora en vacaciones parecía mas lejana. Juan era un filósofo maldito de su moral, y por su puesto de las chicas, de lo cual no se podía mofar Gustavo.
Hola le dijo ella con cierta coquetería, hola le respondió él con cierto aire a confundido. Eso era todo, Rodrigo sabía que me encontraría con Carla en este lugar, maldito demonio. Pensó con cierta burla.
-¿Tavito irás a la reu de Pablo?
Como si no lo supieras pensó –Si, estoy esperando a Rodrigo. ¿Y como has estado?
-De la patada, mis papas quieren que estudie Derecho. Como odio eso.
-¿Y entonces que quieres estudiar?
-Medicina. Me gustan los cuerpos- agregó
-Ja, ja. Es un buen motivo- hacía mucho que Gustavo no escuchaba ese tipo de problemas, olvidaba que era un problema común; mas que el dinero, la autoridad.
-Oye yo creo que Rodrigo puede ir solo a la casa de Pablo, porque no mejor me acompañas
-Si claro, porque no.
Los ojos de ella no dejaban de jugar con los de él, en una verdadera muestra de coqueteo que Gustavo sintió sin querer huir del juego. Cruzaron la calle y tomaron un taxi. Los ojos incendiaban el escenario, se podía percibir el nerviosismo de Tavo. Carla le acarició la mano, Gustavo se acercó al rostro de ella. Comenzaron a besarse con desesperación, como si el mañana no existiese, la confusión no daba tregua, y el juego de lenguas se hacía intenso, mientras que la noche penumbrosa con sabor a única era un buen escenario para el juego de un amor equivocado, la respiración entrecortada, los ojos cerrados, ella acariciando sus cabellos, las estrellas embriagando a los amantes. Y dieron un sobresalto. Habían llegado.
Se apartaron cuidadosamente, asombrados aun por la pasión del efusivo beso, Rodrigo ya había llegado y se encontraba desparramado en un sillón, de cuidada seda, de la sala. Gustavo miro a su amigo con cierta mezcla de furia y agradecimiento. Gustavo había terminado con su enamorada y acababa de caer en una gran y estudiada trampa.
Al parecer solo esperaban a Gustavo, iniciaron los primeros tragos, como una gran explosión en una guerra, la combinación de ron y gaseosa eran buenos para aplacar la sed y la confusión del beso con Carla. Comenzaba lo que Charly García decía, “la fiebre de un sábado azul…”